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Qué personas entran dentro de la categoría “hombre” no supone ningún problema para ningún colectivo en lucha. Sin embargo, qué personas entran dentro de la categoría “mujer” resulta, al parecer, motivo de conflicto entre quienes se consideran feministas, ya que cuestiona el sujeto del femenismo: la mujer.
Todo empieza con un carnaval
La primera vez que aparece el término TERF (trans-exclusionary radical feminist) en las redes es en 2008, en un blog en el que se hablaba de dos carnavales de blogueras feministas que se enfrentaban por la inclusión de las mujeres transexuales como parte integral en la lucha por la liberación de la mujer. Hoy en día el término se usa habitualmente en las redes para descalificar a aquellas feministas que consideran que, para ser definida como mujer, no solo basta con autoidentificarse como tal, sino que además hay que tener presente lo que comúnmente se entiende por factores biológicos, que se resumen en el desarrollo normal de la información cromosómica XX. Esta concepción de lo que es una mujer entra en conflicto con la idea de que la identidad sexual —con qué sexo un individuo se autoidentifica— es el factor determinante para que a una persona se la considere mujer: a una mujer la define su mente en tanto en cuanto su cerebro se autoidentifica como mujer, al margen del resto del cuerpo.
Somos nuestro cerebro y sus circunstancias
En este texto trataremos fundamentalmente este tema desde una perspectiva biológica, teniendo en cuenta que, a pesar de ser un asunto puramente personal, tiene consecuencias sociales notables. De por sí ningún tema en neurociencia genera tanto revuelo en los medios como la relación entre sexo y cerebro. Las respuestas que da la ciencia a la compleja cuestión biológica de cuándo se debe considerar a una persona de un sexo o de otro son importantes porque pueden influir en la legislación.
En la comunidad médica y científica se ha pasado recientemente de considerar la transexualidad como un trastorno psiquiátrico (1) a afirmar que la definición de mujer y hombre basada exclusivamente en los genitales o en la información cromosómica ha quedado anticuada. Esto se debe en parte a que los factores biológicos tradicionales pueden resultar equívocos. Por ejemplo, hay casos de mujeres con cromosoma XY que desarrollan genitales femeninos (2) o casos de hombres que descubren que tienen cromosoma XX cuando se hacen un análisis de esperma (3). Si aceptamos la premisa de que es nuestro cerebro el que determina quiénes somos, lo lógico sería aceptar que el órgano donde reside el sexo es, en última instancia, el cerebro. Pero nosotros no somos solo nuestro cerebro, sino también sus circunstancias. Esto es así porque el cerebro no es un mero sistema determinado, fijo, pasivo, que procesa datos, sino que interpreta e integra la información que recibe para crear lo que percibimos como realidad. Así, la mente no equivale a un alma impermeable, porque el desarrollo del sistema biológico que le da soporte, el cerebro, está condicionado por el entorno que lo rodea. Estas influencias externas incluyen desde las culturales hasta las hormonas sexuales que llegan al cerebro durante el desarrollo uterino.
La identidad sexual es innata
Está generalmente aceptado que la transexualidad no se puede explicar con causas genéticas (4) y que el único cromosoma que predispone al cerebro a identificarse con un sexo o con el otro es el cromosoma 23 (XX/XY). Este cromosoma va a influir en el desarrollo cerebral, puesto que determina el tipo de hormonas sexuales que llegan al cerebro durante su existencia, antes incluso del nacimiento. Es precisamente durante el periodo gestacional cuando el cerebro recibe la información de si la persona en desarrollo se trata de una mujer o de un hombre (5) . Filogenéticamente, y como parte esencial de la evolución, para la función de reproducción es esencial que los individuos de una especie sepan si son machos o hembras con el fin de poder copular inequívocamente con el sexo contrario. Esto es fundamental para que un espermatozoide (X o Y) se una a un óvulo (X). En los humanos reproducción y sexualidad son conceptos íntimamente relacionados, pero distintos, por ello no nos debe extrañar que identidad sexual y orientación sexual sean fenómenos claramente diferenciados en el cerebro (6).
Los sustratos neuronales de la identidad sexual
Se han encontrado circuitos neuronales que se encargan de dar soporte al lenguaje, a la aritmética (7), a la orientación sexual o incluso a la religiosidad (8). Pero ¿existe en el cerebro una estructura que dé soporte a la identidad sexual?, ¿existen sustratos neuronales de la identidad sexual? Con sustrato neuronal nos referimos por ejemplo a un grupo de neuronas responsables de una función cerebral concreta, o a un receptor neuronal que se encargue de una función fisiológica, o al proceso celular de un fenómeno biológico verificable. No nos referimos por tanto a una región del cerebro donde se integraran estereotipos culturales de los que pudiera nutrirse el cerebro para encajarse en un género o en otro. Nos estamos refiriendo, por ejemplo, a un grupo de neuronas cuya función estuviera íntimamente relacionada con la identidad sexual, a una región cerebral al margen de la cultura, un área que, si se dañara, tuviéramos problemas para identificarnos como hombre o como mujer; así como, por ejemplo, al dañarse el hipocampo perdemos la capacidad de generar nuevos recuerdos.
La cuestión biológica de la identidad sexual es particularmente compleja en el ser humano. Existen especies de peces, aves y reptiles en las que algunos individuos cambian de sexo a lo largo de su vida. Lo que nunca se ha reportado es una especie donde un individuo con atributos sexuales de un determinado sexo se comporte de la manera en la que lo hace el sexo contrario. Esto contrasta con el hecho de que haya más de 400 especies donde se han reportado casos de individuos que manifiestan su preferencia sexual por individuos de su mismo sexo.
Durante el periodo gestacional, gónadas y cerebro reciben una primera oleada de hormonas que va a determinar el sexo de la persona en desarrollo. La principal hipótesis con la que trabajan los investigadores para explicar los casos de falta de congruencia sexual entre cerebro y gónadas radica en que este proceso hormonal se produce en cada uno de estos órganos de manera paralela pero independiente (9, 10). Según esta hipótesis la identidad sexual se define cuando el cerebro está aislado de cualquier influencia de tipo sociocultural, y es, por tanto, un fenómeno puramente natural. En apoyo de esta teoría nos encontramos, por un lado, experimentos en animales que demuestran que las características sexuales en genitales y cerebro se adquieren en diferentes fases del desarrollo en el útero y, por otro, experimentos en humanos que investigan la anatomía y función del cerebro en relación con el sexo cromosómico y la identidad sexual.
“La corteza cerebral, la amígdala, el hipotálamo y la identidad sexual”
Los candidatos más firmes a ser los sustratos de la identidad sexual en el cerebro se encuentran en el sistema límbico y en el hipotálamo, regiones íntimamente relacionadas con la sexualidad. El sistema límbico se encarga de incorporar información emocional a las percepciones, y en un área asociada a la amígdala las mujeres transexuales tienen características más propias de mujeres con cromosoma XX que de hombres XY (12). El segundo candidato lo encontramos en una región del hipotálamo, que es parte del sistema neuroendocrino y controla estados fisiológicos y de comportamiento básicos. En un grupo de neuronas de una región hipotalámica se han encontrado diferencias significativas entre hombres y mujeres. En esta región concreta el número de neuronas de las mujeres transexuales era similar al de las mujeres XX, mientras que el cerebro de estas personas tenía un tamaño intermedio entre hombres y mujeres (el cerebro de los hombres es un 7-12 % mayor que el de las mujeres) (13). Además de estas dos regiones también se ha encontrado que en mujeres transexuales hay zonas de la corteza cerebral cuyo grosor es más propio del sexo con el que se identifican que del sexo cromosómico (14) , o que la conectividad de algunas regiones está más relacionada con la identidad sexual que con el sexo asignado al nacimiento (15) .
A pesar de todos estos hallazgos en regiones concretas del cerebro, cuando se considera en su totalidad, los investigadores se suelen encontrar con que el cerebro de las personas transexuales es más parecido al del sexo cromosómico en unas áreas y se asemeja más al del sexo con el que se identifican en otras, siendo en ocasiones la orientación sexual la que explica algunas de estas semejanzas (16, 17, 18). Esto encaja con la ausencia de dimorfismo sexual en el cerebro humano y con la falta de consistencia cuando los rasgos típicamente femeninos y masculinos del cerebro se miran en conjunto (el cerebro no es binario ni gradual en cuanto al sexo, sino que se explica mejor como un mosaico). Por eso, a pesar de las diferencias hombre-mujer encontradas en el hipotálamo, los propios autores afirman que no existen características propias de cerebro de mujer o de hombre que permitan identificar a una persona con un sexo u otro examinando exclusivamente su cerebro (19).
Lo que sí nos indican estos estudios es que existen en el cerebro sustratos neuronales que hacen que el cerebro se autoidentifique como mujer o como hombre, al margen de los atributos sexuales y al margen de las influencias culturales. Estas neuronas se encuentran en áreas del cerebro muy conservadas en la evolución y relacionadas con la sexualidad, lo cual encaja en principio con la idea de que cuando un cerebro se considere hombre o mujer sea algo innato, primitivo, al margen de los valores socioculturales que se asocian con áreas más evolucionadas de la corteza cerebral. El hipotálamo es también la región donde se inician las señales cerebrales que marcan el inicio de la pubertad, cuando se produce una nueva oleada de hormonas sexuales que van a influir de manera crítica en el desarrollo del cerebro.
“La reasignación de sexo y sujeto de la transexualidad”
Las hormonas sexuales son las principales responsables de aquellas diferencias hombre-mujer que encontramos en el cerebro. También el tratamiento hormonal de reasignación de sexo puede ser el responsable de que ciertos parámetros, como el grosor de la corteza cerebral o el tamaño del cerebro, se acerquen a valores típicos del sexo con el que se identifican las personas. Sin embargo, no se ha encontrado que la acción de las hormonas pueda ser la responsable de las diferencias en el hipotálamo, reforzando la idea de que la identidad sexual es algo innato.
Todos estos estudios científicos son importantes para comprender hasta qué punto un cerebro se autoidentifica como mujer por una cuestión puramente biológica, basada en las características de un área como el hipotálamo (la anatomía de su cerebro hace que se identifique como una mujer), al margen de todo estereotipo de género asociados a la corteza cerebral (20) (cuando una persona se encuentra psicológicamente más cómoda asumiendo los estereotipos que cada cultura asocia a las mujeres). Hay que ser cautos a la hora de relacionar los hallazgos biológicos con la identidad sexual. Esto es debido a que en los estudios científicos se suele incluir exclusivamente a las personas diagnosticadas como transexuales (cuando se consideraba una enfermedad) o que han dado el paso de iniciar terapia de reasignación de sexo. Estas personas representan entre el 0.001 % y el 0.03 % de la población. Según una serie de encuestas (21), las personas que se autoidentifican con un sexo que no se corresponde con el del de sus genitales representan entre el 0.1 % y el 0.7 % de la población, mientras que la ambigüedad de género y las personas con disforia de género (“desearía tener el sexo opuesto”) representan entre el 2 % y el 5 % de la población. Esta disparidad numérica nos tendría que hacer reflexionar cuando extrapolamos conclusiones científicas objetivas a algo tan íntimo y subjetivo como el sexo con el que nos identificamos.
El motivo del feminismo.
La autoidentificación con el sexo femenino, que no debería plantear ningún dilema en el terreno personal, parece resultar problemática cuando se trata de encajar en el feminismo, puesto que pone en cuestión algo que parecía claro hasta hace poco: quién es el sujeto de la lucha, quién es la mujer a liberar. El órgano que define quiénes somos es el cerebro, y en este órgano se define nuestro sexo. Pero no solo somos nuestro cerebro, sino también sus circunstancias. Parece claro que una persona es mujer si la conformación de su cerebro así lo establece, ¿pero no son las circunstancias de la mujer el motivo del feminismo?
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