Mi historia está inquieta, no me deja que la guarde, tranquila, en un cajón. Lo cierto es que mi historia ya no es mía, y, cuando lo fue, no era historia: eran retazos de personajes, fragmentos de voces, hilos que apenas tejían un argumento. Yo la cuidé con letras, la alimenté con palabras y la escuché, sobre todo la escuché. La vi crecer y la vi capaz de comerse el mundo, ay de la trampa del orgullo que todo padre lleva dentro. Le busqué la mejor edición posible, la llevé de la mano ante los mejores agentes, la inscribí, a la fuerza, en los mejores concursos; pero solo nos trajo frustración, sobre todo a ella. Acabó cansada, disgustada al intuir mi decepción, y sintió el miedo al fracaso, al encierro en el trastero o en algún lugar oscuro del disco duro, o hecha añicos, desperdigada en paquetitos por la red. Es normal que no quiera ya saber nada de mí, quizás queráis saber vosotros de ella.
Mi historia, que ya no es mía, ocurrió, como tantas cosas, en mi cabeza. Ahora quiere ocurrir en la vuestra. Soy de ciencias, neurocientífico, y mi mujer tenía por costumbre pedirme que le hablara de biología por la noche, porque le ayudaba a conciliar el sueño. Una noche me preguntó algo sobre el desarrollo del cerebro en los cefalópodos y, mientras se lo contaba, desembocó en una ocurrencia que acabó por ser la idea para una novela. Siempre me ha gustado escribir, cosas menudas, cuentos y artículos de divulgación científica, pero jamás se me había pasado por la cabeza escribir una novela, hasta aquella noche. De aquella ocurrencia apenas queda nada, la Tierra no ha acabado colonizada por una especie de pulpos evolucionados tras el colapso de la humanidad. De aquella ocurrencia apenas queda el escenario y una premisa: la cultura modela las capacidades del cerebro humano y los recursos naturales modelan nuestro comportamiento.
La historia sucede en un mundo asolado, carente de recursos naturales y sin apenas vestigios de lo que consideramos civilización. Apenas quedan unas tribus nómadas que sobreviven como pueden entre los despojos de lo que un día fue el planeta azul, que lo sigue siendo, pero ya no es verde, sino gris y ocre. La historia comienza cuando una de estas tribus encuentra a uno de los suyos asesinado, en lo alto de un cerro, en un lugar que solo ellos creen conocer y en el que jamás han visto un alma. Junto a su compañero, herido de muerte en el cuello, se encuentra un hombre, desnudo, lleno de cortes, inconsciente y moribundo, a quien empiezan a llamar «el viajero». Un alto sentido de la justicia y del deber, así como la necesidad de no desperdiciar una carne humana que puede ser utilizada para alimentar a sus cerdos, de los que dependen para subsistir, les impide abandonarlo a una muerte segura. Así que es capturado para que la tribu pueda juzgarlo después de haber oído su historia. Su culpabilidad parece evidente y su destino final como alimento para cerdos, inevitable; pero, antes de que esto suceda, la tribu habrá disfrutado de la inusual experiencia que supone el encuentro con un extraño, así como de la fascinante tarea de escuchar una historia ajena que los saque de la monotonía del caminar por un paisaje desértico.
Y así es como el viajero, llamado Sendero, se ve obligado a narrar su historia. Les cuenta que viene de un singular valle, donde la tierra aún se nutre de agua, y que su gente acata los dictados de la muy estricta Costumbre. Sendero se sabe inocente, incapaz de cometer semejante crimen, aunque su memoria está rota y le cuesta poner sus recuerdos en orden. En los días que siguen deberá contar a la tribu qué hacía en el lugar donde le encontraron y convencerlos de su inocencia; pero tendrá que hacerlo caminando a su lado, porque los nómadas necesitan continuar su travesía cruzando el desierto, siguiendo el rastro de la poca agua que a veces encuentran, pues no conocen otra manera de sobrevivir. Gracias a su singular don para narrar historias y a la ayuda de un extracto de cactus que lleva consigo, Sendero es capaz de transportar a los miembros de la tribu al Valle y a los lugares que se ha ido encontrando en su caminar. A lo largo de los días se van estableciendo lazos de amistad con los miembros de la tribu, va apareciendo el respeto, la complicidad, el amor… Poco a poco se enteran del propósito de su viaje: informar a los habitantes de la Tierra de la inminente llegada de los hombres que un día se fueron huyendo de la desolación del planeta, y de su intención de convertirse en sus dueños otra vez. Sendero, además, trae para enseñarles algo prohibido por la Costumbre: la escritura. Pero la mente de Sendero sigue rota, y al mismo tiempo se siente más humano que nunca, con emociones nunca antes sentidas; algo se está despertando en su interior, arrastrando a su paso la sombra de una duda. Él sabe que no es de esta tierra, pero ya no tiene muy claro de dónde viene. Sabe que corre el peligro de que su historia no acabe por convencer a los nómadas. Sabe que no podrá probar su inocencia, pues ni él mismo está seguro de ella. Y aun así permanece con ellos, para poder continuar con su historia, porque él también necesita saber cómo termina y, sobre todo, porque necesita seguir junto a ella, junto a Mira, la jefa de la tribu y compañera del nómada asesinado.
Mi historia ya no es mía, aunque la conozco muy bien. Jamás me perdonaría desvelar más de lo que aquí ya he contado. Mi historia desea ser ahora vuestra, quiere ocurrir en vuestra cabeza, como hace tiempo ocurrió en la mía y solo existe una manera de hacerlo.
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Se agradece tu comentario, espero que te guste.