Contexto de la obra en el mundo editorial:
A cinco lunas de la Tierra trata del proceso de recuperación de la humanidad tras haberse visto reducida a su mínima expresión en un planeta que ha quedado prácticamente desértico. Si The Road (Cormac McCarthy, 2006) nos mostraba el principio de la descomposición moral y física de la humanidad, esta novela lleva dicha involución hasta el límite y plantea la siguiente hipótesis: en un entorno sin recursos los conjuntos humanos con elementos insolidarios están condenados a la extinción. El escenario en el que discurre la novela está más allá de otras obras de futuro distópico ocasionado por cambios climáticos (v. g. The Drought, de J.G. Ballard, 1965; Wind Up Girl, de Paolo Bacigalupi, 2009) o guerras de destrucción masiva (v. g. Malevil, de Robert Merle, 1972; One Second After, de William R. Forstchen, 2009), pues ha desaparecido ya cualquier vestigio de aquel hombre que no supo evitar la destrucción de la Tierra.
La supervivencia del ser humano en un mundo postapocalíptico es un tema recurrente en la literatura. Uno de los ejemplos más recientes lo encontramos en la trilogía Oryx and Crake, The Year of the Flood, MaddAddam (Margaret Atwood, 2003, 2009, 2013), que ha tenido muy buena acogida por parte de público y crítica. Si bien en A cinco lunas de la Tierra la supervivencia en un mundo hostil es una parte central de la trama, el escenario es muy diferente a otras novelas. La apocalipsis resultante no es producto de un solo golpe, no existe una causa única y concreta, sino una degradación paulatina del ecosistema, seguida de una brutal lucha fratricida por la supervivencia que acaba por destruir el planeta. El resultado es la desaparición casi absoluta de la humanidad y una Tierra prácticamente inhabitable. Los escasos supervivientes son los descendientes de aquellos que lograron encontrar refugios subterráneos; nada que ver con la organización artificial descrita en Wool (Hugh Howey, 2011), sino cavernas naturales que les permitieron refugiarse de la hostilidad del mundo exterior durante generaciones. Al tratarse de extenso lapso de tiempo, en A cinco lunas de la Tierra la distancia que separa a dichos supervivientes del ser humano contemporáneo es todavía más extrema que la expuesta en novelas como Riddley Walker (Russell Hoban, 1980) o A Canticle for Leibowitz (Walter M. Miller, 1960), con la que, por cierto, comparte el interés en especular con qué ocurriría con el conocimiento científico y filosófico en tal eventualidad.
Tras el cataclismo planteado por A cinco lunas de la Tierra, los escasos supervivientes del planeta han vuelto a la prehistoria. Es el resultado de la combinación del tiempo transcurrido hasta poder salir al exterior y el progresivo agotamiento de los recursos. En estas condiciones el declive tecnológico es total, pues han desaparecido todos los soportes físicos que permitían la transmisión de la cultura. Si George R. Stewart describía en Earth Abides, 1949, los comienzos del declive tecnológico y se preguntaba por la alfabetización de las generaciones venideras, esta novela parte del supuesto de que la preocupación exclusiva por la supervivencia hace que la escritura acabe por convertirse en algo completamente prescindible. Sin embargo, estos supervivientes no son seres primitivos, sino hombres y mujeres posmodernos, que han sabido conservar ciertas conquistas de la modernidad y para los que la relación con la naturaleza no tiene ya nada de mitológica. De la dicotomía yo-circunstancia solo cambia esta última; no existe pues un declive intelectual al estilo de La Planète des Singes (Pierre Boulle‘s, 1963). Aunque les haya resultado imposible conservar el conocimiento tecnológico, la esencia filosófica se ha podido refugiar sin problemas en la tradición oral, al igual que la historia o la literatura. Pero la tradición oral suele desvanecerse en cuanto entra en contacto con la escritura. La historia se escribe, no se cuenta. Desde las primeras crónicas, el pasado de los pueblos que no tenían escritura ha sido contado por las civilizaciones capaces de escribir la historia. Por eso, en un planeta desolado como el planteado por A cinco lunas de la Tierra, donde las tribus nómadas supervivientes, para conservar su cultura y su memoria como pueblo, se sirven exclusivamente del boca a boca, la escritura se convierte en un herramienta más fuerte que el fuego. En este contexto, Sendero, al enseñar a los habitantes de la Tierra el arte de escribir, se convierte en un Prometeo postapocalíptico. ¿Pero quiénes son los dioses a los que Sendero arrebata tan poderoso conocimiento?
El cataclismo descrito anteriormente es, principalmente, el escenario en el que discurre la acción, no parte del argumento. Además, A cinco lunas de la Tierra combina un factor adicional y clave en el desarrollo de la trama: la transmigración de la especie humana. La idea de una Tierra destruida por el hombre y que debe ser abandonada ha sido tratada en múltiples ocasiones en el pasado según fuera la preocupación del momento: superpoblación, guerra nuclear, impacto de asteroide, cambio climático… En la actualidad, la idea de que surja una necesidad imperiosa de abandonar la Tierra por los motivos que sean vuelve a cobrar vigencia, no solo en la ficción (The Martian, Andy Weir, 2011; Interstellar, Christopher Nolan, 2014), sino que es una preocupación real de científicos e intelectuales de la talla de Stephen Hawking. Pero la perspectiva de este libro, al contrario de obras como …en un lugar llamado Tierra (Jordi Sierra i Fabra, 1983), es la de aquellos que son abandonados en el planeta a su suerte. Aunque A cinco lunas de la Tierra no trate directamente este tipo de escenario hipotético, es fundamental para el desarrollo de la novela la resolución de un dilema en el que la ética y el poder están inevitablemente enfrentados: en el caso de un cataclismo global y diez mil millones de individuos tuvieran que abandonar la Tierra, ¿quiénes serían los pocos privilegiados que podrían salvar sus vidas? Se apunta en el libro la idea de humanos de primera y de segunda clase, pero al contrario de otras obras de corte distópico tratado en clásicos como 1984 (Geroge Orwell, 1949) o el fenómeno literario The Hunger Games (Suzanne Collins, 2008), la existencia de castas humanas es meramente intuitiva. Aunque de manera sutil, la transmigración interplanetaria de estos elementos de poder resulta fundamental no solo para el desarrollo de la novela sino para su punto de origen. El mundo resultante es un volver a empezar sin las jerarquías de poder de la civilización actual y en la que la presencia de un macho alfa en los grupos humanos se ha vuelto irrelevante.
Potencial recepción del público: La novela va dirigida a todo aquel que le interese el futuro de la humanidad y tenga ganas de realizar un pequeño esfuerzo intelectual. No hace falta mucho más para seguir la trama, puesto que el texto carece de alardes científicos, filosóficos, históricos o literarios. El lenguaje empleado tampoco es excesivamente complicado, pero, por la manera de estar narrada, requiere de cierta complicidad del lector, pues, aunque se va a encontrar con un texto fluido, se trata de una de esas novelas a las que hay que hincarles el diente.
Por eso la novela no va dirigida específicamente a adolescentes, aunque me gusta imaginarla como una de esas lecturas adultas con las que primero se atreven los jóvenes. Y es que A cinco lunas de la Tierra puede resultar ciertamente entretenida para el público en general puesto que permite ser disfrutada en varios niveles, no en vano en la trama se entrelazan tres de las cuatro temáticas más populares de la literatura contemporánea: romance, misterio y ciencia ficción.
Aunque por su carácter especulativo no hay duda de que se trata de una obra de ciencia ficción, en el texto no hay referencias científicas explícitas y esto suele ser ventajoso a la hora de tratar con el público hispanohablante. Baste como ejemplo uno de los grandes éxitos de la ciencia ficción en castellano: Sin noticias de Gurb (Eduardo Mendoza, 1991). Precisamente, A cinco lunas de la Tierra se preocupa más de las relaciones humanas que de ciencia y tecnología. Y a pesar de no ser evidente, la base científica sobre la que se cimienta la historia está tratada con todo el rigor de un científico profesional. Tan solo en los dos últimos capítulos se intuye algo del conocimiento científico del que se nutre nuestra historia.
Quizás a la hora de promocionar el libro fuera más sencillo utilizar la denominación de ficción especulativa, con la intención de limar la aversión que el término ciencia generalmente provoca en la mente del castellano parlante. A pesar de ser un género que ha producido obras maestras de la literatura en otras lenguas, la producción de ciencia ficción en español no ha tenido la consideración de otros géneros literarios, salvo contadas excepciones, como La invención de Morel (Adolfo Bioy Casares, 1940). Curiosamente, los prejuicios de los que se ha quejado Rosa Montero a la hora de presentar sus obras de ciencia ficción (Lágrimas en la lluvia, 2011; El peso del corazón, 2015) quizás tengan más que ver con la autoría que con el género en sí, puesto que el mundo literario español sí que reconoce como obras imprescindibles novelas como 1984 o Fahrenheit 451 (Ray Bradbury, 1953) o Brave New World (Aldous Huxley, 1932). En concreto, el público español suele consumir ciencia ficción con asiduidad como demuestra el hecho de que 5 de los 50 títulos más vendidos en España en 2014 y principios de 2015 sean novelas de ciencia ficción de corte postapocalíptico. No parece pues una temática agotada para el lector de novela en español. A raíz de la última crisis han resurgido las novelas de corte postapocalíptico y han aparecido desde best sellers, como las trilogías de acción Hunger Games (Suzanne Collins, 2008, 2009, 2010) y Divergent (Veronica Roth, 2011, 2012, 2013), hasta un pulitzer estremecedor como The Road. Aunque hay voces que auspician una pérdida de interés en el género con la recuperación económica, esta no parece tan robusta como se esperaba y han venido ocurriendo una serie de conflictos que han puesto al mundo en su situación más delicada desde la guerra fría. Por este motivo, unido al progresivo deterioro medioambiental, a principios de año un grupo de diecisiete nobeles científicos decidió adelantar en dos minutos el “reloj del apocalipsis”, que simboliza la cercanía del mundo ante una catástrofe a escala planetaria.
Se trata pues de un clima propicio para la publicación de una novela de las características de A cinco lunas de la Tierra. En los últimos tres años se han venido publicando en castellano novelas de ficción especulativa en la que el trayecto hasta el mundo distópico ha sido tratado de manera dispar, como en Cenital (Emilio Bueso, 2012), La sed (Enrique Patiño, 2013), Iris (Edmundo Paz Soldán, 2014), Los últimos (Juan Carlos Márquez, 2014) o El imperio de Yegorov (Manuel Moyano, 2014). Lo novedoso de esta novela es un cuidado equilibrio entre lo original y lo verosímil, además de preocuparse sobre todo por los aspectos sicológicos y sociales de los supervivientes. Además el lector tendrá la oportunidad de encontrarse por primera vez con un mundo en el que la civilización actual y la Tierra como paraíso han pasado al plano de la leyenda y han sido reemplazadas por una inmensa nada de polvo y cenizas.