Bravo y Alba

“Nuestra historia comienza cuando el mundo tal y como se conocía está a un paso de acabarse. El reino del hombre en la Tierra toca a su fin. Hay familias que lo saben y ya se están preparando para escapar, hay familias que lo saben y se están preparando para esconderse y hay familias, las más, que o no lo saben o no quieren enterarse y sencillamente esperan. Son tiempos de perpetua rivalidad, de suma desconfianza y de miedo mutuo entre familias. Son tiempos en los que, si no estás con los tuyos, no estás con nadie y, a quien anda solo, solo le espera la muerte. Ese era el único punto de encuentro entre familias, algo que todos tenían bien metido en la cabeza. También Bravo lo tenía todo claro, hasta que vio a Alba. Él no debería haberla visto, puesto que él no debería haber estado donde ella estaba. Nadie invita a alguien como Bravo a una fiesta como aquella. Todos los que pululaban por el festejo pertenecían a familias afortunadas, de las que estaban destinadas a salvarse. La familia de Bravo no pertenecía a aquella clase, sino a una de aquellas familias que permanecerían refugiadas esperando hasta que volvieran para rescatarlas. Pero Bravo, al contrario que su padre, al contrario que su hermano, al contrario que su gente, no es de los que saben esperar a que otros cumplan sus promesas y decidió colarse en aquella fiesta buscando su propia fortuna. Porque su intención no era otra que intentar convertirse en un afortunado, huir junto a ellos y salvar el pellejo.  Bravo se sabe atractivo: es un muchacho fuerte, guapo, de ademanes decididos, mentón duro y mirada profunda. Sabe muy bien que existen mujeres de familias afortunadas dispuestas a encapricharse de alguien como él. Hace poco conoció a una mujer viuda encantada de meterlo en su lecho y con suerte podría llevárselo allá donde ella fuera. Sabe que aquella mujer está en esa fiesta. Solo tiene que encontrarla e intentar convencerla con sus ojos seductores de que bien vale hacerle un hueco a su cuerpo entre los cuerpos de los afortunados. No es tarea fácil, debe ser discreto. Su vida todavía no vale nada entre aquella gente y su osadía puede pagarla cara.  La busca por todas partes, busca su cuerpo entre los cuerpos, su cara entre las caras, sus ojos entre los ojos. Sabe que está llamando mucho la atención. Pero él es Bravo y todavía no conoce el miedo. Pero lo conocerá. Después de esa noche, cuando amanezca, lo conocerá. Y es que, de entre el bosque de cuerpos, de entre el baile de caras, aparece una muchacha de cuerpo fino, cara delicada y unos ojos tremendos que se le clavan en el alma.  ¿Cómo te llamas?, le pregunta. Yo soy Bravo. Yo me llamo Alba. Debes irte, le advierte. Bravo lo sabe, la gente lo mira ahora con suspicacia. Ha llamado demasiado la atención y no encuentra a la mujer que motivó su intromisión en la fiesta. No tiene sentido permanecer allí más tiempo, pero ha dejado de regirse por el sentido. Debes irte, le repite Alba. Todavía no, replica él. ¿A qué esperas?, pregunta ella. Espero a estar seguro de no olvidarme jamás del color de tus ojos, contesta Bravo, a aprenderme los lunares de tu cara, a ser capaz de recordar la curva que hace tu nariz y de dibujar con la memoria la forma de tus labios y… eso es, esperaba a verte sonreír. Era cierto, estaba viendo que ya venían a por él, pero no había sido capaz de darse a la fuga sin antes haber conocido esa sonrisa.  Tiene que salir huyendo de inmediato. Los ve venir corriendo hacia él desde todas partes. Se acercan por la izquierda, por la derecha, por su espalda. Delante de él está Alba y detrás de ella una ventana. Sus manos abarcan su frágil cintura para apartarla con una delicadeza que contrasta con lo trepidante del momento. Ella se ladea para dejarlo pasar y, cuando tiene a Bravo enfrente, se inclina hacia él para acercar sus labios al rostro del que está a punto de escapar. Bravo se lleva con él en la huida un beso en la mejilla y un susurro con el siguiente mensaje: en el blanco. No hay tiempo para más, hay que saltar. Lo hace casi sin mirar. Al contacto con el suelo sus piernas apenas se resienten del impacto. Tiene la salida enfrente. Sabe que van a llegar por todos los lados. Si corre con todas sus fuerzas quizás logre escapar. Pero algo lo bloquea. Se para un instante a pensar en ese beso, en esos labios, en sus palabras. A su espalda hay muchos cubos, de muchos colores. También hay uno blanco, donde cabría sin problemas. No se lo piensa y con mucho sigilo se mete en él. Desde dentro escucha las voces de los que lo buscan, unas veces más fuerte, otras más flojo. Mientras, él se aprovecha de la oscuridad circundante para dibujar en su mente el rostro de Alba. Sus ojos, sus pómulos, su nariz, sus labios, su barbilla, su frente… ¿cómo era su frente? Alguien está arrastrando el cubo, pero él no se inmuta: confía en ella, a ciegas. Después de un rato el cubo descansa y él espera. Espera su muerte o la espera a ella. Le es indiferente porque Bravo todavía no conoce el miedo. Tras un rato alguien golpea el cubo. Sale de él al oír su nombre. Alba lo espera fuera. Ninguno está sorprendido de verse. Hay veces que los acontecimientos fluyen como un río y no hay por qué sorprenderse de que el agua siga su curso. Te debo dos cosas, le dice Bravo, un beso y mi vida. ¿Cuál de las dos quieres que te dé primero? Primero el beso, contesta Alba cuando Bravo ya se está abalanzando hacia ella. Y después la vida, dice luego, entre suspiros, cuando deja de besarla y esa misma boca comienza a recorrer su cuello. Aquella noche se conocen. Conocen cada rincón de sus cuerpos, cada gesto de sus rostros, cada mirada, cada etapa de sus vidas, cada vicio, cada gusto, cada anhelo. También conoce los temores de ella y, por fin, él conoce el miedo. Su miedo es perderla, es regresar a ese mundo gris y sucio que era su vida antes de conocerla, su miedo es saber que sin ella a su lado no merece la pena estar vivo. Pero perderla no solo es su miedo, sino también su destino. Ella partiría pronto con su gente y él se quedaría en la Tierra. Los dos sabían que ni él podía unirse a los que marchaban ni a ella le permitirían permanecer en aquel lugar condenado a la destrucción. ¿Huir?, preguntó él. Ya no hay tiempo, contestó ella. Ven conmigo, yo sabré explicárselo a mi gente. No puedo, vendrán a buscarme y pondrás a tu gente en peligro, dijo ella. Tiene que haber una salida, dijo él con rabia. Tiene que haber una salida, dijo ella con calma, dame tiempo para pensar, confía en mí, la encontraré, siempre hay una salida. Ahora tienes que volver al cubo. Escúchame bien, te arrastrarán, pararás, te volverán a arrastrar y volverás a parar. Espera un rato y sal. ¿Volveré a verte?, pregunta Bravo. Sí, de una manera o de otra, volveremos a vernos. Al pasar los días, la situación en el planeta comienza a hacerse insostenible. Los acontecimientos se habían ido precipitando vertiginosamente. No es necesario tener olfato fino para olerse una debacle inminente. Aquellos que pueden ya están partiendo. Bravo lo sabe porque al refugio de su gente llegan aquellos miembros de las familias afortunadas que por viejos o por enfermos nunca podrán sobrevivir al viaje. A ellos también los dejarán en la Tierra. Bravo espera y desespera en el refugio. No puede ir a buscarla. Salir fuera es una locura, salir fuera es la muerte. No verla también es la muerte, pero ella le dijo que se volverían a ver y su confianza en aquellas palabras es absoluta. Bravo no ha dejado de hablar de ella entre su gente y la conocen sin haberla visto. Por eso, cuando uno de los suyos la ve entrar moribunda acompañada por su padre, corre sin pensárselo a buscar a Bravo. Cuando él llega corriendo la ve tendida en un lecho y a su padre besándola en la frente antes de marchar. Ya es demasiado tarde. Alba ha muerto. Ella tenía razón cuando le dijo que de una manera o de otra volverían a verse. Ahora que ha perdido a Alba vuelve a no tener nada que perder. Bravo nunca ha creído en la otra vida, pero la vida que tiene ya no le vale. Aunque no haya otra vida, no le importa perder esta que tiene. Coge su cuchillo y se lo clava en el cuello sin esfuerzo. Bravo conoce bien el cuerpo humano, sabe que no tardará en morir. Quizás clavarse el cuchillo en el cuello buscando la muerte fuera la salida en la que Alba estaba pensando. Así muere Bravo, con la desesperada esperanza de encontrar a Alba al otro lado del umbral de la existencia. Pero Bravo muere equivocado, la salida que ella tenía pensada era bien distinta. Cuando Alba se despierta de su estado de letargo, no tarda en ver  un corro de personas llorando en torno al cadáver de Bravo y entiende de inmediato lo sucedido. La droga que tomó para pasar por muerta funcionó a la perfección. Lo que nunca se imaginó era que Bravo la encontraría tan rápido ni que se quitaría la vida sin apenas darse tiempo para pensárselo. Pero debería haber supuesto que algo así podía suceder, él le habló claramente de su único miedo. El cuchillo ensangrentado todavía yace en el suelo, a poca distancia de Alba. Nadie repara en ella cuando lo coge. Tampoco cuando se lo clava en el cuello. No muere porque ya está muerta. Quizás, después de todo, clavarse el cuchillo en el cuello fuera su única salida”.

Este es un fragmento de la novela A cinco lunas de la Tierra. Si te ha gustado ya puedes adquirirla en Amazon: 

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