El sexo de tu cerebro

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Las civilizaciones están construidas por y para el hombre. El papel de cada individuo en la sociedad contemporánea todavía depende del sexo al que se pertenezca. ¿Existe alguna razón biológica para que esto sea necesariamente así?

La especialización conforme al sexo de las funciones sociales es habitual en las especies sexuadas; el macho se encarga de unas cosas y la hembra de otras: el pingüino emperador macho cuida del huevo, la hembra de araña alimenta con su cuerpo a sus crías… En los humanos, como en el resto de los mamíferos, solo las hembras tienen útero para gestar y unas glándulas mamarias para alimentar al recién nacido. Esto se conoce como dimorfismo sexual: un sexo es diferente del otro en un aspecto particular.

Las diferencias macho-hembra en mamíferos no son solo anatómicas, sino también de comportamiento; por ejemplo, el hecho de que un macho dominante cubra a toda una manada de hembras en algunas especies. El cerebro es el órgano donde residen el comportamiento y la identidad sexual. ¿Existe dimorfismo sexual en el cerebro? Es decir, ¿hay diferencias entre el cerebro de la mujer y el cerebro del hombre de la misma manera que hay diferencias en el bello facial?

Al repasar la historia, vemos que líderes, filósofos, artistas, científicos, etc. que han destacado por un motivo o por otro son mayoritariamente del sexo masculino. Basándonos exclusivamente en el comportamiento, pueden existir dos explicaciones: que el hombre esté más capacitado para desarrollar actividades intelectuales de renombre social o que la sociedad le haya permitido explotar sus capacidades más que las de las mujeres.

En las sociedades cazadoras-recolectoras, donde el cerebro humano no está influido por la cultura de las civilizaciones, era el hombre el que salía a cazar. La razón de esto podía ser porque el hombre tuviera mejores dotes de cazador o porque las mujeres se ocupaban de gestar, amamantar y recoger frutos. De hecho, las leonas cazan tan bien como los leones. ¿Tienen la mujer y el hombre distintas aptitudes?

Los estudiantes de psicología aprenden que la mujer tiene un cerebro más capacitado para la expresión verbal y que el hombre tiene un cerebro más capacitado para la concepción espacial. Esta conjetura se basa en experimentos que de manera regular llegan a un público más amplio y alimentan la creencia popular de que mujeres y hombres tienen un cerebro anatómicamente distinto. ¿Tiene esta creencia alguna base científica?

Si cogemos a un hombre y una mujer al azar es imposible determinar si el hombre tendrá una mayor inteligencia espacial o si la mujer tendrá mejor capacidad verbal.

El volumen del cerebro de los hombres es un 10% mayor que el de las mujeres, aunque esto solo se traduce en un mayor número de neuronas en el cerebelo (coordinación motora de movimientos inconscientes), no en los hemisferios cerebrales (funciones cognitivas superiores). Este dato, sin embargo, dice poco de su capacidad o del comportamiento. Al margen del volumen, la única prueba de dimorfismo sexual en la anatomía del cerebro que se ha encontrado hasta ahora se remonta a un estudio realizado en los años noventa. El resto de los cientos de estudios que han analizado las posibles diferencias entre cerebro de hombre y cerebro de mujer solo encuentran diferencias estadísticas en el promedio. Por ejemplo: al medir la inteligencia espacial y hacer la media de los hombres podemos encontrarnos con que es mayor que la media de las mujeres; pero si  cogemos a un hombre y una mujer al azar es imposible determinar si el hombre tendrá una mayor inteligencia espacial. Esto contrasta con el hecho de que si cogemos una mujer y un hombre al azar, sí es posible determinar quién va a tener barba. Las afirmaciones del tipo “las mujeres son más tal” deben ir acompañadas de las palabras “en promedio” para no exagerar los hallazgos científicos.

Un riguroso estudio de resonancia magnética encontró recientemente que, aunque hay ciertos parámetros en los que los hombres suelen dar valores más altos que las mujeres y viceversa, existe una continuidad y un solapamiento tal en los valores, que no tiene sentido hablar, en términos anatómicos, de un cerebro femenino y otro masculino. Ahora bien,  si no hubiera ninguna diferencia sería complicado explicar algo tan intuitivo como con qué sexo nos identificamos.

LAS HORMONAS Y NUESTRO COMPORTAMIENTO

La teoría clásica considera que el cerebro es femenino por defecto y que adquieres características masculinas por acción de la testosterona.

Las hormonas sexuales son las principales responsables de las diferencias mujer-hombre que pueda haber en el cerebro. Las cantidades de estradiol, testosterona y demás andrógenos y estrógenos son diferentes en hombres y en mujeres. Estas sustancias llegan al cerebro y regulan funciones como la memoria, el humor o el comportamiento. La primera oleada masiva de hormonas sexuales llega al cerebro durante la gestación en el útero y es tan intensa que muy probablemente determine la identidad sexual. Durante la pubertad, las hormonas que llegan al cerebro van a tener un efecto profundo en su conformación. La teoría clásica considera que el cerebro es femenino por defecto y que adquieres características masculinas por acción de la testosterona. Estudios recientes, sin embargo, sugieren que la “masculinización” o “feminización” del cerebro son dos procesos independientes en los que andrógenos y estrógenos afectan de manera diferente el tejido cerebral.

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Pero, a pesar de la acción de las hormonas, no existe un cerebro masculino con unas características que lo definan y un cerebro femenino con un conjunto de características distintas. Tampoco parece haber una escala de “masculinidad” o “feminidad” en la se puedan colocar los cerebros ateniéndose a sus características. En el cerebro no existe un lado femenino y otro masculino. ¿Quiere esto decir que el sexo no influye en la conformación del cerebro? No exactamente, simplemente quiere decir que no tiene sentido hablar del sexo del cerebro en términos binarios, sino como algo multidimensional: no es 0 = mujer / 1 = hombre, tampoco una escala de 1 = muy masculino a 10 = muy femenino. Los cerebros se describen mejor como matrices con infinidad de números, donde cada cifra representa una dimensión influida en mayor o menor medida por el sexo. No tiene sentido pues hablar de un cerebro femenino y otro masculino en base al conjunto de características individuales. ¿Zanja esto la cuestión? No del todo: la anatomía es una foto, no la película entera. Para explicar el comportamiento no basta con tener el cuadro de cada característica, sino ver cómo y cuándo se usan.

APRENDIZAJE Y ESTRATEGIAS COGNITIVAS

En el cerebro no existe un lado femenino y otro masculino.

Los estudios más recientes apuntan a que mujeres y hombres podrían mostrar diferencias en la manera en que escogen unas estrategias sobre otras a la hora de solucionar un problema. Usando técnicas de resonancia magnética, no solo se pueden ver las partes del cerebro, sino cuáles se activan o desactivan durante una tarea. Por ejemplo, se puede estudiar cuáles son las áreas del cerebro que hombres y mujeres usan para procesar información emocional. Se ha podido observar que, en promedio, ante un estímulo emocional, en hombres se activa más la corteza prefrontal (integración de la información cognitiva) y en mujeres se activa más la amígdala (emoción) y el hipocampo (memoria y aprendizaje). Seguramente, esta tendencia a escoger una estrategia sobre otra ha determinado el desarrollo de herramientas y conceptos. Por ejemplo, a la hora de guiarse, los hombres tienden más a usar estrategias como la orientación y las mujeres a fijarse en hitos del paisaje (“por aquí ya hemos pasado”). Un mapa va a ser más útil en las manos de quien tienda a usar su sentido de la orientación; por ello, cuando medimos su habilidad para usarlo no medimos precisamente su capacidad para navegar. Dicho de otra manera: la capacidad de una persona zurda de usar un abrelatas para diestros nos dice poco de su destreza y mucho de su habilidad para utilizar una herramienta que no fue diseñada para ella.

Hay que ser una mujer extremadamente tenaz y capaz para destacar en un mundo habituado a las soluciones que ofrecen los “cerebros masculinos”.

Cualquiera que haya trabajado con mujeres científicas sabe que sus capacidades son indistinguibles de las de los hombres. Sin embargo, las mujeres están infrarrepresentadas en ciertas áreas de la ciencia, sobre todo en puestos de liderazgo. Volviendo al símil: un sastre zurdo tiene que ser extraordinariamente hábil para confeccionar trajes usando unas tijeras para diestros; hay que ser una mujer extremadamente tenaz y capaz para destacar en un mundo habituado a las soluciones que ofrecen los “cerebros masculinos”. Consecuentemente, aquellas mujeres cuyo cerebro confíe más en estrategias preferentemente masculinas se van a encontrar con un entorno más favorable a la hora de explotar sus capacidades.

La humanidad lleva miles de años confiando en las soluciones que nos ofrecen los cerebros de los hombres y en estrategias que parecen diferir de las que escogería la mujer en promedio. No debe sorprendernos que la presencia de mujeres en puestos de liderazgo no implique en absoluto la consideración de estrategias diferentes. Hemos visto que las diferencias en el cerebro de hombres y mujeres solo lo son en promedio, luego es más probable que aquellas mujeres que se encuentren más cómodas utilizando herramientas y estrategias más propias de los hombres sean aquellas que desarrollen mejor sus capacidades en la sociedad actual.

Desde una perspectiva científica, solo en un mundo donde se tratara a las personas exactamente igual, independientemente de su sexo, y no solo de manera similar o con los mismos derechos, sería posible ver cuáles son las verdaderas diferencias en el cerebro.

Resumiendo, ¿es entonces nuestro cerebro diferente según nuestro sexo o funciona de una manera diferente? Usando un símil judicial: hemos encontrado muchos indicios, pero no existe ninguna prueba. Los cerebros de hombre y de mujer no están expuestos a las mismas hormonas, y esto puede influir en sus características finales; como también influyen la educación, las experiencias, la alimentación, las enfermedades, etc. El resultado es que las diferencias entre cerebros dentro del mismo sexo son mucho mayores que cualquier diferencia que pueda haber entre un sexo y otro. No tiene, pues, mucho sentido usar las palabras “masculino” o “femenino” para definir un cerebro, ambas dicen bien poco de sus capacidades. Además, aunque hubiera diferencias en el promedio, la sociedad trata de manera muy diferente a mujeres y hombres. Los cerebros de hombre y de mujer están expuestos a condiciones ambientales muy diferentes durante los 20 años que tardan en madurar, y no hay duda de que esto afecta a su configuración final. La única manera de comprobar hasta qué punto las hormonas sexuales son capaces por sí mismas de determinar las características de un cerebro sería vivir en una sociedad que no discriminara según el sexo. Desde una perspectiva científica, solo en un mundo donde se tratara a las personas exactamente igual, independientemente de su sexo, y no solo de manera similar o con los mismos derechos, sería posible ver cuáles son las verdaderas diferencias en el cerebro. En un mundo así, sería posible ver si mujeres y hombres siguen prefiriendo unas estrategias sobre otras y si todavía seguirían siendo las «preferentemente masculinas» las más consideradas socialmente. Hablo quizás de un mundo construido a la medida del ser humano, no a la medida del hombre.


EXPERIMENTO: EL CEREBRO FEMENINO NO ES AMARILLO Y EL MASCULINO NO ES AZUL

Mentes segun caracteristicas

Imaginémonos que cada cerebro se pudiera describir como un mosaico en el que cada tesela fuera una característica. Vamos a pintar cada tesela mezclando distintas proporciones de amarillo y azul. Le echaremos más azul a la mezcla si el individuo (hombre o mujer) puntúa alto en un parámetro en el que los hombres puntúan alto en promedio y amarillo si puntúa bajo. De la misma manera echaremos más amarillo que azul según lo alto que puntúe en un parámetro en el que las mujeres suelan promediar valores más altos. Si los promedios de esa característica son iguales en mujeres y hombres o si los valores del individuo están cerca de las medias hombre-mujer para ese parámetro, pintaremos la tesela usando muy parecidas cantidades de amarillo y azul; esto es, la pintaremos de verde. ¿Qué obtendríamos? Vayamos primero a lo que no obtendríamos. No nos encontraríamos con mosaicos de teselas más o menos azules para los hombres, ni de teselas más o menos amarillas para las mujeres. Este habría sido el caso si el cerebro fuera binario con respecto al sexo. Pero tampoco nos encontraríamos con una gama de mosaicos que va de tonos más azules a tonos más amarillos pasando por diferentes tonalidades de verde. Lo que sí veríamos sería que cada uno de los cerebros estaría representado por mosaicos con una gran proporción de teselas con diferentes tonalidades de verdes. El resto de las teselas serían verdes azuladas y amarillas verdosas colocadas de manera completamente aleatoria, independientemente de que estuviéramos describiendo un cerebro de mujer o de hombre. ¿Cuál es entonces la diferencia entre ambos sexos? Que habría más posibilidades de encontrar algunas teselas tirando claramente al azul en un cerebro de hombre y algunas teselas tirando claramente al amarillo en un cerebro de mujer. Pero, cogiendo un hombre y una mujer al azar, no habría manera de saber a priori si dicha mujer tendría el verde de cierta tesela más tirando al amarillo o la de dicho hombre tirando al azul, o los dos la tienen claramente verde, o los dos azul, o los dos amarillo o es la mujer la que la tiene azul y el hombre amarilla.

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